En la iglesia, el racismo y el clasismo no solo contradicen el mensaje de unidad en Cristo, sino que también actúan como una «lepra» espiritual que afecta la salud y el testimonio de la comunidad cristiana. ¿Existe este problema en la iglesia de hoy en día? Veamos algunos datos.
Contexto bíblico
En la Biblia, el clasismo y el racismo son condenados tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento. Un ejemplo contundente es la historia de Aarón y María en Números 12, donde ambos critican a Moisés por su esposa cusita, una mujer de origen africano. En este relato, Dios juzga a María por su prejuicio, castigándola con lepra y aislándola del campamento durante siete días. Este episodio muestra cómo los prejuicios crean divisiones y afectan la comunión del Cuerpo de Cristo.
La «lepra» de María simboliza cómo estas enfermedades espirituales destruyen la unidad de la iglesia. Así como la lepra física afectaba el cuerpo, estas actitudes infectan la vida espiritual, debilitando la misión cristiana y alejando a los creyentes de los valores de amor y reconciliación enseñados por Jesús. Una iglesia que no combate estas actitudes puede quedar aislada de su misión y de su llamado a reflejar el Reino de Dios.
En el Nuevo Testamento, Pablo refuerza esta visión en Gálatas 3:28: “En Cristo Jesús no hay judío ni griego; no hay esclavo ni libre; no hay varón ni mujer; porque todos sois uno en Cristo Jesús”. Este versículo nos enseña que:
las diferencias de clase, etnia y género quedan subordinadas a la unidad en Cristo.
Por otro lado, la epístola de Santiago aporta una perspectiva directa sobre este tema. En Santiago 2:1-4, el autor reprende a los creyentes por mostrar favoritismo hacia los ricos en detrimento de los pobres, y declara: «¿acaso esta discriminación no demuestra que sus juicios son guiados por malas intenciones?». Este pasaje refuerza la idea de que el favoritismo y las distinciones basadas en apariencias contradicen la fe en Jesús, quien nos llama a amar al prójimo sin parcialidad. Santiago exhorta a la iglesia a vivir según la “ley real” de amar al prójimo como a uno mismo, recordando que el juicio de Dios es sin favoritismo.
La visión inclusiva de Jesús
El mensaje de Jesús fue radicalmente inclusivo, desafiando las normas de discriminación de su época y rompiendo barreras culturales y sociales al relacionarse con personas de distintos orígenes, como el centurión romano, representante del imperio opresor, y la mujer samaritana, perteneciente a una etnia históricamente despreciada por los judíos (Juan 4:1-42, Mateo 8:5-13). Estas acciones subrayan que la fe en Jesús supera las barreras sociales y étnicas, mostrando que la salvación y el amor de Dios están disponibles para todos.
Racismo y clasismo en la iglesia actual
A pesar del claro mandato bíblico, el racismo y el clasismo persisten en muchas iglesias. Según un estudio de Pew Research Center (2019), más del 60% de las congregaciones en Estados Unidos siguen siendo predominantemente de una sola raza, lo que refleja la dificultad de integrar diversidad en el ámbito eclesial. En América Latina, el racismo se manifiesta en actitudes de preferencia hacia personas de piel más clara, mientras que aquellos de ascendencia indígena o afrodescendiente enfrentan discriminación, incluso dentro de las iglesias. Aquí, otros datos:
- Discriminación hacia pueblos indígenas y afrodescendientes: Un estudio de la CEPAL reporta altos niveles de pobreza y exclusión social entre estas comunidades. Los afrodescendientes en América Latina, que constituyen aproximadamente el 21% de la población, enfrentan tasas de pobreza más altas y menor acceso a la educación y el empleo en comparación con otros grupos.
- Desigualdad socioeconómica: Según Oxfam, América Latina es una de las regiones más desiguales del mundo en términos de ingreso y riqueza. Este contexto alimenta actitudes clasistas en las iglesias, donde a menudo se favorece a los ricos sobre los pobres.
- Racismo en Brasil: La Fundación IBGE señala que los afrobrasileños tienen menores oportunidades de educación y empleo en comparación con personas de origen europeo. Este racismo persiste incluso dentro de las comunidades cristianas.
Llamados a ser “Sal de la tierra”
Cuando Jesús llama a sus seguidores a ser la «sal de la tierra» (Mateo 5:13-16), usa un símbolo que resuena profundamente en diversas culturas antiguas. La sal no solo era esencial para preservar alimentos, sino que también simbolizaba pureza, pacto y relación. Este último aspecto puede vincularse con prácticas culturales significativas tanto en la Grecia antigua como en Roma, donde compartir sal durante un banquete simbolizaba un lazo de amistad y confianza.
En la cultura griega, la idea de xenia o «amistad entre anfitrión y huésped» era una norma social sagrada para fomentar hospitalidad, protección mutua y relaciones duraderas. Este concepto incluía el intercambio de alimentos, lo que reforzaba los lazos sociales y garantizaba apoyo futuro, convirtiendo el acto de compartir en un pacto de honor. Asimismo, en la tradición romana, la amistad (amicitia) era entendida como un compromiso basado en la reciprocidad, confianza y ayuda mutua, con rituales como compartir alimentos y especias como expresión de este vínculo.
Jesús transforma estas prácticas culturales en un llamado espiritual y comunitario. Ser “sal de la tierra” implica preservar el pacto de amor y fidelidad hacia Dios y hacia los demás, promoviendo unidad, inclusión y reconciliación. En un mundo dividido, el cristiano es llamado a reflejar el carácter de Dios siendo agente de justicia y paz. Así como la sal mejora y preserva, la iglesia está llamada a realzar los valores del Reino de Dios en la sociedad y a mantener relaciones basadas en la unidad y la reconciliación.
7 pasos prácticos para enfrentar el racismo y el clasismo en la iglesia
El racismo y el clasismo son barreras que dividen y debilitan el cuerpo de Cristo. Aunque estas actitudes pueden estar profundamente arraigadas, es nuestra responsabilidad como creyentes trabajar activamente para desmantelarlas. Te comparto siete pasos prácticos para transformar nuestras iglesias en comunidades inclusivas.
1. Enseñar la igualdad en Cristo
Como pastores y líderes, debemos enseñar y predicar consistentemente que todos somos iguales ante Dios. Efesios 2:14-16 nos recuerda que Cristo derribó el muro de separación entre los pueblos, haciendo de todos un solo cuerpo. Esto implica enfatizar en sermones, estudios bíblicos y discipulados que la unidad en Cristo supera cualquier diferencia racial o social.
2. Promover la diversidad en el liderazgo
Una iglesia que refleje la diversidad de su congregación en posiciones de liderazgo envía un mensaje claro: todos tienen valor y voz en el cuerpo de Cristo. Busca activamente incluir a personas de diferentes orígenes y experiencias en roles clave, desde líderes de ministerios hasta ancianos o pastores.
3. Sensibilización con base bíblica
La Palabra de Dios está llena de ejemplos que nos enseñan sobre igualdad y reconciliación. Por ejemplo, la historia de Aarón y María (Números 12:1-10) ilustra cómo Dios desaprueba la discriminación y el juicio basado en el color de piel. Usar estas historias en la enseñanza ayudará a generar conciencia y reflexión en la congregación.
4. Crear espacios seguros para el diálogo
Facilita reuniones donde los miembros puedan compartir sus experiencias y, si es necesario, confesar prejuicios o actitudes discriminatorias. Estas conversaciones, guiadas con amor y respeto, son fundamentales para fomentar la reconciliación y la sanidad dentro del cuerpo de Cristo. Como lo enseña Santiago 5.16: «Confesaos vuestras ofensas unos a otros, y orad unos por otros, para que seáis sanados».
5. Compromiso con la justicia social
La iglesia debe ser un agente de cambio, involucrándose activamente en iniciativas que promuevan la equidad y la justicia. Ya sea apoyando causas locales o internacionales, demostrar un compromiso con los valores del Reino refuerza el testimonio cristiano.
6. Ser “sal de la tierra”
Recuerda el llamado a ser luz y sal en el mundo (Mateo 5:13-14). Esto incluye fomentar una cultura de hospitalidad radical y reconciliación dentro de la iglesia, donde todos, sin importar su trasfondo, se sientan amados, valorados y bienvenidos.
7. Medir el progreso y ser intencionales
Evalúa regularmente cómo está avanzando tu iglesia en esta área. Realiza encuestas, escucha a tu congregación y toma decisiones intencionales para mejorar. Este proceso constante asegura que se mantenga el enfoque en la meta: una iglesia que refleje la verdadera unidad en Cristo.
Al implementar estos pasos, estamos reflejando el amor y la justicia de Dios en nuestras comunidades, recordando siempre que en el Reino de los cielos no hay acepción de personas (Romanos 2:11).
Que nuestras iglesias sean lugares donde cada persona, sin importar su raza, idioma o estatus social, encuentre aceptación, amor y propósito en Cristo.
En conclusión, el racismo y el clasismo son enfermedades que afectan la integridad de la iglesia. Combatir estas actitudes es esencial para reflejar el evangelio y cumplir la misión de ser una comunidad que abraza a todos. ¿Has enfrentado estas prácticas o podrías reconocer si has sido parte de ellas?
Fuentes
- Xenia y amistad en Grecia antigua: lazos entre anfitrión y huésped como base social (Fiveable).
- Amistad romana como pacto de reciprocidad y confianza en la cultura política y personal (Bryn Mawr Classical Review).
- Los pueblos indígenas en América Latina – CEPAL
- Comunicado sobre pobreza en América Latina – CEPAL