septiembre 12, 2025

La ruta del evangelio2 minutos de lectura

Cuando pensamos en el evangelio, a veces lo limitamos al Nuevo Testamento, pero en realidad su ruta comenzó mucho antes. El Edén fue el punto de partida. Allí, el ser humano disfrutaba de comunión plena con Dios, hasta que el pecado interrumpió esa relación Sin embargo, incluso en medio de la caída, Dios trazó el primer anuncio de esperanza: la promesa de una descendencia que vencería al mal (Génesis 3:15). Ese fue el primer hito de la ruta del evangelio.

Con el paso del tiempo, Dios fue marcando estaciones en ese camino a través de sus pactos. Con Noé aseguró la preservación de la humanidad (Génesis 9:11). Con Abraham prometió que en su descendencia serían bendecidas todas las naciones (Génesis 12:3). Con Moisés reveló la ley para mostrar la necesidad de un Salvador (Éxodo 19:5-6; Romanos 3:20). Con David anunció que un Rey eterno vendría de su linaje (2 Samuel 7:12-13). Cada pacto era como una señal en el camino, apuntando a un destino mayor.

Los profetas se convirtieron en los pregoneros de esa ruta. Isaías habló de un Siervo sufriente que cargaría con nuestras culpas (Isaías 53:4-6). Jeremías anunció un nuevo pacto, ya no escrito en tablas de piedra, sino en corazones (Jeremías 31:31-33). Ezequiel prometió un nuevo espíritu, capaz de transformar al ser humano desde dentro (Ezequiel 36:26-27). Todo indicaba que el evangelio estaba avanzando hacia su cumplimiento.

Ese destino se reveló en Cristo. En la cruz, todas las promesas convergieron. El Hijo de Dios cargó con nuestro pecado (Isaías 53:5; 1 Pedro 2:24), y con su resurrección abrió el camino hacia una vida nueva (1 Corintios 15:20-22). Lo que en Edén se perdió, en el Gólgota comenzó a restaurarse. La ruta del evangelio se volvió universal: ya no estaba reservada a un pueblo, sino que ahora es para toda la humanidad (Juan 3:16; Efesios 2:17-18).

Pero la historia no termina en la cruz. Con Pentecostés, la iglesia recibió la misión de continuar esta ruta, llevando la buena noticia a cada nación, lengua y cultura (Hechos 1:8; Hechos 2:1-4). Cada creyente es parte de esta extensión:

Somos portadores del evangelio en nuestro tiempo.

Y un día, la ruta llegará a su destino final: la nueva Jerusalén. Allí, el árbol de la vida volverá a estar en medio del pueblo de Dios (Apocalipsis 22:1-2). Lo que comenzó en Edén tendrá su plenitud en la eternidad, cuando la comunión con Dios sea restaurada para siempre (Apocalipsis 21:3-4).

La ruta del evangelio no es solo una historia antigua. Es la historia que nos alcanzó, y que sigue avanzando a través de nuestra vida, en cada época, en cada generación.

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