Imagínate esto: hace más de 500 años, la Iglesia estaba en crisis. Corrupción, mentiras y tratos deshonestos estaban arraigados en sus prácticas, y la gente ya no sabía en quién confiar. Entonces, llegó la Reforma, un movimiento que rompió las cadenas de enseñanzas manipuladas para beneficiar a unos pocos, y le devolvió a muchos la esperanza de una fe genuina y un Dios cercano.
Hoy, podríamos pensar que ese fue un problema del pasado, pero la verdad es que el mensaje de la Reforma sigue vivo porque todos, sin excepción, necesitamos revisarnos, reformarnos y volver al propósito original. Sin darnos cuenta, es muy fácil desviarnos, contaminarnos y hacer pactos con nosotros mismos, esos que a veces llamamos “excusas” o “justificaciones”. Con el tiempo, estos tratos pueden endurecer nuestro corazón y alejarnos de lo que realmente importa.
La tendencia humana: nos vamos perdiendo poco a poco
La Biblia lo dice claro: el corazón humano es engañoso. Un día tomamos una decisión un poco egoísta, otro día torcemos la verdad “para que no haya problemas”, y sin darnos cuenta, estamos acumulando costumbres y pensamientos que nada tienen que ver con integridad.
“Engañoso es el corazón más que todas las cosas, y perverso; ¿quién lo conocerá?”
Jeremías 17:9
Así como la Iglesia del siglo XVI, cada uno de nosotros está en riesgo de desviarse. La gran pregunta es: ¿cuántas veces estamos dispuestos a revisar nuestro propio corazón y reconocer cuando vamos mal? Tal vez no estamos cobrando indulgencias, pero sí justificamos decisiones que nos benefician y dejamos a un lado lo que sabemos que es correcto.
Al final, el corazón necesita una “reforma personal” y constante.
El autoengaño: la trampa que todos caemos
Decimos que estamos bien, que no tenemos problemas con el pecado o la mentira, pero, ¿realmente estamos siendo honestos? ¿Cuántas veces decimos “no es tan malo” o “todo el mundo lo hace”? La Biblia nos advierte sobre esta peligrosa trampa:
“Si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos, y la verdad no está en nosotros”
1 Juan 1:8
Así comienza el autoengaño: una mentira aquí, una excusa allá. Con el tiempo, nos convencemos de que estamos bien, pero, en realidad, nos hemos ido alejando del camino. La verdadera reforma comienza cuando somos capaces de mirarnos al espejo y aceptar que necesitamos ayuda, que necesitamos cambiar. Este cambio no es un esfuerzo vacío; es una transformación profunda y sincera de nuestro corazón. Y para eso, necesitamos a Dios.
Volviendo a la integridad
Dios se deleita en la integridad, en aquellos que buscan la verdad sin “peros” ni “excusas”. La vida íntegra no es solo una meta bonita, es una necesidad:
“El que anda en integridad anda confiado; mas el que pervierte sus caminos será quebrantado”
Proverbios 10:9
Ser íntegros implica que nuestras acciones no solo parezcan buenas desde afuera, sino que también lo sean desde adentro. En el tiempo de la Reforma, se buscaba restaurar el corazón de la Iglesia, llevarla de vuelta a la verdad. Nosotros necesitamos ese mismo nivel de honestidad, esa determinación para rechazar cualquier acto que pueda contaminarnos, y vivir en una conexión genuina con Dios.
Las consecuencias de un corazón no reformado
Podemos intentar ocultarlo, pero el pecado tiene un precio, y sus efectos siempre terminan por alcanzarnos. Pablo advierte en sus cartas sobre estas consecuencias:
“Porque la paga del pecado es muerte, mas la dádiva de Dios es vida eterna en Cristo Jesús Señor nuestro”
Romanos 6:23
Puede sonar radical, pero así de seria es la cuestión: el pecado trae muerte espiritual, y vivir en una constante autojustificación y engaño nos lleva, poco a poco, a vivir alejados de la verdadera paz y libertad que Dios ofrece. El pecado nos cobra, y no en cuotas fáciles, sino en la moneda de la separación de Dios, de la tristeza, del vacío y la insatisfacción.
Reforma continua: Una vuelta diaria a Jesús
Entonces, ¿cómo cambiamos esto? ¿Cómo reformamos nuestro corazón para dejar atrás la corrupción y el autoengaño? Jesús nos da la clave: permanecer en Él.
“Yo soy la vid, vosotros los pámpanos; el que permanece en mí, y yo en él, éste lleva mucho fruto; porque separados de mí nada podéis hacer”
Juan 15:5
Vivir en Cristo no es solo una declaración, sino una práctica diaria. Significa volver a Él cada día, reconocer que necesitamos Su guía para mantenernos firmes y llenos de vida. Así como la Reforma buscó devolver a la Iglesia su propósito original, nosotros también necesitamos volver a nuestro propósito en Dios, dejando que Su verdad penetre y transforme nuestro corazón cada día.
Conclusión
La Reforma es un proceso sin final
El movimiento de la Reforma nos enseña que el cambio verdadero no es fácil, pero es completamente necesario. No basta con ir a la iglesia o con mantener una imagen externa; necesitamos una transformación real. Vivir una vida reformada significa dejar que Dios trabaje continuamente en nosotros, que remueva lo que no sirve, lo que daña y lo que nos aleja de Él.
Dios nos invita a esa misma reforma en el corazón. Nos llama a revisar, a cambiar y a volver a empezar con Él, siempre. Porque, al final, cada uno de nosotros necesita una Reforma para vivir en la verdad y la integridad que Él diseñó para nosotros.